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El teniente coronel, quien ha dedicado todo el año a la Antártida, comparte su experiencia junto a tres de sus cuatro hijos y su esposa. En este contexto, resalta la complejidad de ser seleccionado para una misión antártica, donde la psicología y las pruebas físicas desempeñan un papel crucial.
«Ser seleccionado para venir con familia es como sacarse la lotería. Estuvimos buscando venir con familia hace 17 años», confiesa Cordero Scandolo, subrayando la dificultad de obtener esta oportunidad única. El jefe de la base enfatiza que la diferencia entre invernar con o sin familia es significativa, ya que un año en la Antártida puede traer consigo cambios notables tanto en el continente antártico como en el americano.
El riesgo asociado al trabajo en la Antártida no pasa desapercibido. Cordero Scandolo destaca la peligrosidad del entorno geográfico y las tareas físicas desafiantes que incluyen el mantenimiento de estructuras y construcciones, así como patrullas y desplazamientos.
«La Antártida es algo muy sublime. Estar acá es como estar en otro planeta. Es un lugar en donde todo es hostil y donde es muy difícil sobrevivir para el ser humano», comparte el jefe de base, subrayando la singularidad de este enclave remoto. Además, destaca la importancia de la planificación previa, con provisiones para más de un año y un cuidado meticuloso de la seguridad.
La Base Esperanza, fundada en 1952 por el Capitán Edgar Leal, se destaca como una de las siete bases permanentes argentinas. Ubicada en la extrema Península Antártica, enfrenta condiciones climáticas extremas, como lo evidencian registros de temperaturas mínimas históricas de -38,3°C y ráfagas de viento récord de 342 km/h.
En su rol como jefe de base, Cordero Scandolo asume la responsabilidad de la vida y la integridad física de quienes componen la dotación, reafirmando la magnitud de la tarea en este entorno único y desafiante.