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Adultos, niños, niñas y adolescentes expresaron una mezcla de emociones al abandonar la singular experiencia antártica. La gratitud por vivir algo «único», la emoción de saborear nuevamente una simple naranja y la incertidumbre de enfrentarse al retorno a la rutina fueron algunos de los sentimientos compartidos por estas siete familias, que suman un total de 12 niños y niñas, 4 adolescentes y 2 jóvenes, con edades comprendidas entre los 5 y 20 años.
En el helipuerto del Irízar, a las 3 de la mañana, las familias estaban listas con sus equipajes para abordar el helicóptero Sea King que los trasladó hacia Marambio. Tras la llegada de las dotaciones de las bases transitorias Brown y Decepción a la Base Marambio, las familias se embarcaron en el vuelo que partió cerca de las 7 de la mañana rumbo a Río Gallegos, donde realizarán un trasbordo para llegar finalmente a la base aérea de El Palomar, según informó el vicecomodoro Damián Rizzo a Télam.
Mientras tanto, el Irízar inició el abastecimiento de insumos esenciales para el próximo año en Marambio, incluyendo combustible aeronáutico, gasoil, repuestos y alimentos, con una operación estimada de cinco a siete días, según indicaron desde el buque.
Desde el sábado, el Irízar se llenó de vida con la presencia de niños, risas, juegos y las ocurrencias propias de la niñez en el puente de observación.
La experiencia en la Antártida dejó recuerdos imborrables. El deseo primordial al embarcar fue degustar frutas frescas. «Me encanta la mandarina», «A mí la manzana», «Banana», eran parte de las conversaciones de los niños que, durante su estadía en la Antártida, solo contaban con fruta enlatada.
Cristian Cisnero, responsable del almuerzo a bordo, compartió la sorpresa de ofrecerles naranjas de postre, mientras los niños, emocionados, expresaban sus preferencias. Felipe Flores Menéndez, de 7 años, al probar una manzana después de un año sin fruta fresca, perdió un diente, generando la llegada del «ratón Pérez hasta la Antártida».
La salud de los habitantes de Esperanza fue destacada, sin reportes de enfermedades durante todo el año. «No hay virus», afirmó Gustavo Gallardo, encargado de mantenimiento saliente de la Base Esperanza.
Vivir en la Antártida fue una experiencia única para Nicolás Pereyra, de 20 años, que disfrutó construyendo bunkers en la nieve. Los niños exploraron, jugaron a Minecraft y realizaron actividades únicas en un entorno tan especial.
La radio fue un medio importante para la comunidad antártica, donde los niños participaron activamente. Además de la radio, la vestimenta para los niños en crecimiento fue un tema de atención, con anécdotas de intercambio de ropas entre familias.
Al partir, el aprendizaje fue claro: valorar las cosas simples. Las charlas familiares, una manzana, una naranja y una ducha de más de dos minutos se convirtieron en tesoros apreciados, demostrando que la vida en la Antártida enseñó a apreciar lo esencial.